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jueves, 1 de marzo de 2012

Un beso


Recientemente recordé una historia que me contó un amigo sobre un beso. Un beso de los que se recuerdan por la complejidad de su significado. Un beso que escondía un incierto final para una historia de amor con un destino claro desde su inicio. Ocultaba una verdad difícil de sobrellevar, una verdad incómoda. Porque no todos los enamorados están destinados a ser felices juntos para siempre. Porque existen fuerzas extrañas que actúan sobre las personas continuamente, y no siempre tienen buenas intenciones. Y así viene siendo la historia de un beso que sé que mi colega recordará para siempre, porque besos se dan muchos, pero un beso como aquel, de una persona con la que hubiera tenido algo distinto, representaba lo que siempre hubiera querido, representaba lo que siempre hubiera deseado. Y la dejó escapar.
Cuando empieza a contar su historia, noto que su mirada acababa en un infinito aparentemente lejano de su recuerdo, y se va desvaneciendo entre todas las cosas que nos rodean. Las mesas y las sillas de la terraza, el jardín mal cuidado que abraza junto a los maceteros la entrada de la cafetería, alguna que otra palmera en medio de la plaza clásica del pueblo y un par de piñoneros guardianas del lugar que datan de tiempos desconocidos para nosotros. Los coches y motos cortan continuamente conversaciones ajenas, sin embargo no interfieren en los recuerdos de mi amigo. Nada parece tener importancia para él, tan inmerso en sus recuerdos, me hace sentir por momentos que estoy solo allí sentado con mi café. Luego de algunas caladas de un cigarro casi consumido, de repente, comienza a hablar. Me dice lo cobarde que fue. Me explica lo que habría sido para él mantener una relación con ella, los cambios que hubiera aplicado a su vida, la felicidad que sin duda le habría aportado. Yo por mi parte intento rebatir su desánimo inicial exponiéndole lo que ha conseguido en su vida. Una mujer maravillosa, un hogar acogedor, una vida equilibrada, un trabajo con futuro. Me mira y asiente a mi réplica y se muestra un poquito aliviado. Entonces me cuenta que se conocieron gracias a una enrevesada combinación de amistades. Ella era la novia del amigo que un amigo les presentó hacía no mucho. No recordaba haber sentido un flechazo al uso (de esos que te parten el corazón, y lo notas), aunque sí matiza que desprendía una energía inhabitual en el tipo de personas que solía conocer. Era sin duda diferente a los demás. Al poco tiempo de conocerla, ella termina su relación, aunque los motivos de la ruptura los origina su colega y no ella. A partir de ahí, una serie de mails y cartas entre ambos fortalecen su amistad dándole un grado más. Él intenta aliviar su pena, ella intenta comprender los motivos. Se fue creando un vínculo muy bonito entre ellos. Las palabras de consuelo dejaron paso a otras estimulantes. Luego de poquitas comunicaciones, caen en la cuenta de que prácticamente sin conocerse habían sido capaces de hablar de sus temores, de sus pasiones, de sus sentimientos. Entre líneas leían perfectamente lo maravillosamente que uno complementaba al otro.

Mi amigo cuenta que vino sin querer, porque como él mismo dice,- cuando estás ante una persona especial, de esas que merecen la pena, te das cuenta enseguida, y no quieres que se acabe nunca-.
Aquellos fueron días en los que recibir correo se había convertido en lo más deseado por ambos.

Era el principal motivo por el que vivir un día más, hasta que al final deciden quedar. Deciden sentirse el uno al otro. Deciden que tienen que comprobar que los sentimientos adjuntos a las palabras leídas son reales. Mi amigo me insistió que se encontraba nervioso, hasta puede que tuviera miedo. Tenía dudas. Me comentó que no tenía claro como canalizar la avalancha de sensaciones que ella le provocaba. Entonces decidió comenzar por el principio. La llevó al pasado en una visita a un lugar sagrado y cargado de historia personal. Un lugar que había supuesto para mi amigo el principio de todo, la ecuación relativa cuya resolución era él mismo. Un lugar que conservaba entre sus paredes la infancia y adolescencia suya. Un sitio abarrotado de aventuras, de felicidad, de odio, de entrega, de esperanza. El único lugar dónde sentía que todo lo que allí aconteciera tendría su propio eco para siempre en sus recuerdos. Y desde dónde crees escuchar y sentir la montaña, desde dónde consigues ver al sol por duplicado, en aquel rincón especial que tantas veces había visto a mi amigo ocultarse de la vida, ella se abalanzó sobre él y le dio un beso.
Aquel beso no solo era una muestra de cariño, una muestra de amor. Era un beso de comprensión, de empatía. Era un beso de aceptación. El inicio de algo hermoso en un lugar hermoso. En aquel rincón mágico, bajo un árbol en cuyas ramas revoloteaban alegres unos gorriones, el silencio se mezclo con sus sentimientos y forjó un recuerdo que duraría para siempre.
Y yo me quedo pensando que así es mi amigo. Un tipo capaz de agregar a sus mejores recuerdos un cierto tono de melancolía y tristeza para convertirlos en pilares fundamentales en los que basar sus sentimientos. Y se rige por ellos. Porque es fiel a lo que cree. Es uno de esos tipos con los que nos gusta pasar el tiempo. Y cuenta que todos tus principios son una mera ilusión, que una vez te llega una chica y te demuestra que el amor es mucho más fuerte que cualquiera de tus convicciones, te enseña que siempre es posible mejorar, te enseña cómo crecer hacia dónde quieres, cómo luchar contra tus miedos. Te enseña lo importante en la vida que es amar, respetar a quienes quieres. Te enseña que hay que ser consciente de lo que ocurre, de lo que te ocurre en el interior, y que tienes que serte fiel. Tienes que ser honesto contigo mismo.
Entonces, allí sentado en la terraza, descubro que me he quedado solo, y caigo en la cuenta de que nunca he estado acompañado.












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