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jueves, 12 de abril de 2012

Cuando el amor llama a tu puerta


Cuando el amor llama a la puerta todo son sonrisas, alegría y se vive en una nube


Dicen que el llanto de tanto agotamiento acaba cesando y que al acabar te sientes relajado, orgulloso de haber sacado lo que llevabas tan a dentro. Rabia, ira, impotencia, amor, desengaño… la vida misma. Hay diferentes motivos que te llevan hacia el llanto. Puede que sea cierto, pero ella no podía parar de llorar, no podía acabar con aquel llanto tan intenso y por tanto no podía sentirse relajada. Sus conocidos desconocían el motivo, sus amigos tenían una ligera idea de lo que le ocurría, solo aquellos muy cercanos conocían la historia al completo, pero de entre ellos, uno y solo uno lo entendía .
A veces, pasas por miles de cosas que te marcan, que te afectan y te forman como persona. La vida te plantea problemas, dudas y situaciones desagradables. Y nunca sales de ellas igual que entraste, cambias, es cierto.
Por algún extraño motivo, pasamos gran parte de nuestra vida buscando un amor ideal. Vamos hallando principios de él, que acaban haciendo daño, y poco a poco te hacen perder las ganas de seguir buscando.
Aun así parece ser que sí, somos el único ser vivo capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. Y cada vez que caemos, nos cuesta mas volvernos a levantar. Hasta que llega alguien que te da su mano, te ayuda a ser fuerte, te devuelve las ganas de luchar y vuelves a creer en la fuerza del amor.
-Mira, ¿ves eso? Son ardillas, ¡se parecen a ti! –Soltó una carcajada y miró dulcemente a Bea.
Ella le miró agresivamente, y giró la cabeza en señal de sentirse ofendida.
-¡Y tu eres un cerdo!
-No te enfades pequeña, si ya sabes lo mucho que te quiero.
Bea giró la cabeza lentamente hacia él mientras le iba miraba de reojo. –Creo que esto solo se puede arreglar con un reloj nuevo…
Él sonrió, e hizo una leve mueca –No sería mejor… ¿un beso?-Su mirada se volvió seductora y se acercó poco a poco a ella. Que al enfadarse con él se había alejado hacia el extremo derecho del banco.
Pareció volverse cariñosa, cambiar de expresión. Dejó que Héctor se acercara. Cuando su boca estaba a tan solo unos centímetros de la suya, dijo firmemente
-No.
El chico abrió los ojos instantáneamente. – ¿No? ¡Te vas a enterar mocosa!
La rodeó con sus brazos y comenzó la guerra de cosquillas. Sabía cada punto débil que ella tenía. Se conocían desde pequeños, no había secretos entre ellos.
Bea y Héctor eran la pareja perfecta. Iban a aquel parque de vez en cuando para pasar la tarde. Habían ardillas saltando de árbol en árbol, patos en el estanque, y cuando hacia un poco de viento, el sonido de las hojas, les hacia acercarse mas y ella se acurrucaba en sus brazos.
En su banco, suyo y de nadie mas. Era como un sitio reservado especialmente para ellos, y es que la pareja tenía una extraña pasión. Paseaban por toda la ciudad buscando bancos. Era raro, cierto. Pero nunca nadie podría imaginarse los lugares tan esplendidos en los cuales un pequeño, grande, viejo o nuevo banco estaba ubicado. Vistas preciosas de valor incalculable. Cada uno de aquellos bancos estaba marcado. Un corazón grabado en el respaldo era símbolo del amor que había entre ellos dos. Nadie conocía su relación, ni si quiera ellos sabían que eran exactamente. Se querían y eso era suficiente. Habían encontrado algo que les gustaba hacer juntos y pasaban todo el tiempo que les era permitido

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