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domingo, 23 de diciembre de 2012

SER LIBRES

El sentido de la libertad es el amor.



No es la libertad indiferencia hacia todos los bienes, o todas las posibilidades, sino que se realiza al alcanzar el bien, el amor, la perfección, si no se esclaviza.

Si miramos el cuerpo humano, no hay libertad. Los sentidos están determinados por el objeto. El ojo ve, quiera o no; el oído, oye; el tacto, siente, a no ser que estén enfermos, no se quiera mirar, oír, o tocar. Los instintos de propagar la especie, de sobrevivir, de placer y de asco llevan aun cierto movimiento que no es libre, es sólo instintivo, como los animales. Los afectos son más elevados, pero son poco libres. El amor sentimental es fluido, aunque hermoso y fácilmente erróneo; el odio igual; la tristeza aleja del mal o paraliza, la ira es necesaria para superar obstáculos, pero puede acabar en furia y ceguera, y así todos los afectos, necesitan de la dirección de las potencias del alma: inteligencia y voluntad.




La inteligencia es necesaria para la libertad, pues no se quiere nada si no se conoce antes, pero el juicio intelectivo sólo se detiene cuando quiere la voluntad. Es claro que cuando algo repugna a la voluntad, o simplemente le disgusta, aunque sea bueno, se buscan razones para no detener el juicio y hacer teorías que hagan aceptable lo que se desea.

La voluntad quiere y debe ser dirigida por el amor bueno. Es la penúltima raíz de la libertad. La voluntad es atraída por el bien, pero de un modo que no es determinado como los sentidos. Pero la voluntad al ser ciega no puede ser la última raíz de la libertad. Es necesaria, pero no es lo último. La inteligencia necesita y ayuda a la libertad, pero tampoco es lo último. Entonces, ¿qué es lo último?



Lo último en la libertad es el acto de ser personal. Este acto de ser es el que da una vida nueva al alma humana.

"Este es el origen y la fuente de toda originalidad. El que ha osado esto es que tiene propiedad, es decir, ha logrado saber lo que Dios le había dado y cree, absolutamente y por eso mismo, en el carácter propio de cada uno. En efecto, el carácter propio no es mío, sino es un don de Dios, con que concede el ser. Esta es la insondable fuente de bondad en la bondad de Dios: que Él, el Omnipotente, da de modo que el que recibe obtiene propiedad'(S.Kierkegaard, los actos del amor)"








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